5.
Careloco levantó su vaso de cerveza y lo agitó, hasta que la espuma se rebalsó y cayó al piso. Una mueca de desagrado. El Muerto prendió un canuto.
- ¿Qué te pasa imbésil? -preguntó alguien.
Era viernes. Todos los viernes pasaba lo mismo. Lo recuerdo, claro, entre cerveza, y a veces comprábamos maní salado cerca al Santa Isabel de la Encalada, o paseábamos de parque en parque tomando ron, hasta que toda esa zona se volvió Zona Roja, y empezaron a pasar camionetas de Serenazgo y Pathfinders de la policía (aunque eso, creo, fue más que nada el último año, en 5to de secundaria) y a veces, en momentos como aquel, el Muerto nos daba la espalda y prendía un varulo, sosegado. Algunos como yo, nos emocionábamos y fumábamos. Otros se retiraban horrorizados por el espectáculo.
- ¡Muerto!... -le grité-. Convídanos una pitada, vamos...
- Claro que sí -respondía él.
No recuerdo si era 1998 ó 1999, o si el mundo se iba a acabar, como decía Karen (una loca, quien no llegó a 4to y nos acompañaba algunas veces en situaciones como ésta) y paseamos por el parque frente a la exposición, con cielo azul, sol, y brillantes ojos dorados. El tipo del garaje de la exposición, barbudo y de pies descalzos, nos vendió lo que parecía ser una mezcla entre ron, vodka, con algo de gaseosa trasparente (al menos así sabía) y una vez hecho el trámite, Muriel (como nos dijo que lo llamáramos, de acento extranjero y pinta de gay) cerró con impaciencia su garaje amarillo. Algunos detalles sí puedo recordarlos muy bien. Karen bebió de la botella verde, el gordo Manuel lanzó una carcajada al viento indescriptible, y Yesenia, alcanzó nuestro ritmo mientras avanzábamos a la nada, o a otro parque donde nos sentiríamos como en nuestra casa. Llegamos a lo que era casi una zona olvidada (¿?) cerca a lo que me dijeron era el cerro Casuarinas, donde las casas residenciales eran de gente mucho más adinerada, y por ende, mucho más afortunada que nosotros. El parque era aislado y ya era prácticamente de noche cuando llegamos. Solo se escuchaba los murmullos de los grillos por la noche y la emoción del comienzo de otra saga de horas muertas.
Fumamos codo a codo con el Muerto. Expulsé de mis pulmones una bola de humo. Luego volví a coger el canuto y otra pitada más, y otro sorbo de aquella botella transparente de cinco soles por un litro de basura, y un poco de vino barato, malísimo, y oporto (aunque pudo muy bien haber sido sangre). Y yo que había soñado con un niño americano atrapado en un hueco angosto, cuya cara estaba púrpura y segundos antes de salir su cabeza se ponía blanca y arrugada antes de explotar, mientras los bomberos y paramédicos contemplaban la escena anonadados. Ese tipo de cosas suelen suceder en Estados Unidos, como esos dos niños que asesinaron a varios compañeros suyos del colegio, entraron con armas a clase y mataron a todos.
- Como el asesinato de los Clutter... -indicó alguien.
- Vamos, ¿de qué carajo estás hablando? -le reproché, después de unos segundos.
Yesenia y otra chica (que ahora no recuerdo cómo se llamaba) se colgaron del cuello del gordo Manuel. Serían ya cerca de las siete de las noche, y sería invierno, porque recuerdo que había anochecido hacía rato. Y otra vez el grillo murmuraba (triki, triki, triki) y yo bañado en sudor, alcé la mano y repliqué:
- No nos vamos a separar nunca. -Y antes de haberlo dicho, tuve que darme cuenta que ya casi no había nadie, y de que mi prima Yesenia (sí, era mi prima) trataba de hacer algo un poco más interesante, es decir, intentaba ligar con el gordo Manuel, que era uno de esos personajes caracterizados de la promoción.
Careloco intervino, y me dijo:
- ¡Ja, ja, ja, ja, ja! -Antes de decir- ¡Ese concha, Caneto! -Dándome un fuerte empujón en la espalda, sin ningún motivo aparente.
El Muerto continuaba aletargado, mirando la pista por la que no pasaba ningún auto, diciendo:
- Tengo miedo.
- ¿Miedo de qué?
- De lo que podría pasar.
- ¿Cuando?
El Muerto continuó mudo. Yesenia y el gordo se besaron. Careloco y yo criticamos a los demás que ya no estaban, calificándonos de ‘sucios maricas’. Y eran bastantes contándolos uno a uno. Y yo recordaba, ya no a Margarita, que en ese momento ya no estaba en el colegio, ni recordaba nada que tuviera que ver con ella, porque eso había sido ‘hace ya mucho tiempo’, y yo no estaba para ‘tontos jueguitos de niña engreída’, y me tranquilicé, y por momentos recordaba esa escena en la que Melisa y yo caminábamos riéndonos por la pista camino al británico de la avenida primavera, durante el invierno.
- Es un chiste algo idiota.
- Vamos dime...
- ¿Estás seguro?
- Completamente.
- ¿Prometes que te vas a reír?
- Ja, ja. Mira. Ya me estoy riendo.
Melisa era linda, tenía unos enormes ojos marrones.
- Bueno, caminaba una tortuguita así de chiquita -hizo un tamaño promedio con las manos-, cuando se le apareció una lagartija así de chiquita -hizo una seña con los dedos-. Y bueno, pues, esta lagartijita le dijo a la tortuguita: “Eh, amiga mía, ¿dónde vas?” Y la tortuga le dijo: “Voy al pueblo, lagartijita”, y entonces ella dijo: “Yeeei, ¿puedes llevarme en tu caparazón, tortuguita?” Y la tortuguita dijo: “Sí. Bueno, suba”.
Melisa volteó y me miró nuevamente a los ojos. Se rió, me tomaba el pelo.
- Sabes que las lagartijas no se sienten, ¿no?, se te sube una y ni cuenta de das...
- Sí, sí. Yo sé.
- Bueno -Melisa prosiguió-, caminaron un par de kilómetros, y un sapo que pasaba por ahí, dijo: “Hola tortuguita, ¿dónde vas?” Y la tortuga, medio cansada del todo, le dijo: “Voy al pueblo, señor sapo”, y el sapo que no era muy querido por nadie entonces, le preguntó a la lagartija: “¿Y tú lagartijita, dónde es que vas?” A lo que la lagartija le respondió: “Aquí nomás, pues ¡sapo conchetumadre!”
Ambos nos reímos.
- Ai, ai, ai... mejor lo contaba mi primo Carlos...
Yo no podría creer que el chiste no tuviera nada que ver con sexo. Llegamos. El Británico de Monterrico no tenía nada especial, era un edifico fofo y yo siempre le decía que era una total pérdida de tiempo y de dinero.
- Nos vemos, Caneto. Chau.
Besos en las mejillas.
- Chau, ¡chau! Melisa.
Luego me regresé caminando, a encontrarme con mis amigos viernes por la tarde, había que tomar y fumar, había que beber (mucho) y una vez en casa, había que comer, ver tele y dormir.