domingo, octubre 31, 2004

poema de john martinez

Indeferente / la palabra se pasea por la rambla

en el movimiento desconcertante de la luz

mi voz se hace pedazos

volver a mí

ya la hora es única y constante

el cielo raso borra la señal de

la huella de tu boca por mi cuarto nómade

/el mito del eterno retorno /

dibujar otra vez la herida

no te hace falta tanto bulto

respirar /comer / caer



Aburrido -

olvidado de mí

absurdo / roto - crack -

roto.

4/4/04


miércoles, octubre 06, 2004

casa paralelepípedo

1.
- Caminaré por la vereda pisando estos asquerosos animales -dijo Roxana.
- Okay, no demoro.
Roxana frunció su ceño de una manera espantosa. Aquella mañana de 1998 (ahora tan lejana), ese verano en que los edificios de Las Torres de Limatambo se alzaron como una tremenda manifestación asexuada, hablaba con Miriam (que entonces se llamaba Miriam) y en realidad, ahora que lo pienso, Miriam fue el único gran amor de mi vida, y aquella mañana (porque supongo que serían las diez o las once de la mañana...), paseábamos por esos pasajes y esos recovecos incógnitos en busca de algo bueno qué comer. Y yo miraba a Roxana, tan triste, y tan sola, caminar por un pasaje que se perdía tras una cancha de fútbol, y en donde unos cuántos chicos de tez oscura, y sin polo, se dieron cuenta de ella y la miraron fijamente.
- Huevona... -le dije a Miriam por teléfono, notablemente alterada- Roxi está mal, no sé qué le pasa...
Traté de alcanzarla con la vista. Encima mío el sol me derretía las pestañas. Roxana se perdió sumergida en aquel pasaje, frente a una cancha de fútbol de cemento.
- ¿Que qué le pasa...? -me acurruqué un poco más en la cabina telefónica- ya te dije que no sé...
El cielo de febrero era azul y transparente. De manera que era fácil imaginarnos en la playa o en una situación más agradable.
Hubo una pausa de ambos lados de la línea telefónica.
Inserté otra moneda. Me puse sentimental.
- Necesito verte...
Miriam aflojó. Por lo general no le gustaba que yo vaya hasta su apartamento, que compartía con su hermano, en uno de esos edificios enormes, de Las Torres de Limatambo. Parecía una ciudad entera del mismo color, rojizo.
- Está bien. Espérenme allí. Espérenme nada más un par de minutos. -Arguyó Miriam.
Colgué y disminuí el paso; guardé en mi bolsillo un par de monedas, desde Breña hasta Las Torres de Limatambo había, digamos, cierto espacio que ocupaba tiempo. Y yo, en aquel entonces, durante aquel verano, usé un par de pantalones tipo jean muy delgados y de dos colores básicos, y con el tiempo fui mejorando mi guardarropa.
Busqué a Roxana a mi alrededor.
- ¿Dónde estabas?
- Aquí estaba, Lili... ¿dónde más?
Roxana llevaba un canuto prendido entre sus dedos. Me lo pasó después de fumar un buen rato, y en seguida le dije.
- Demasiado calor, ¿no crees?
Y ahora que lo pienso, de verdad fue una pregunta muy estúpida. A lo que Roxana me miró con una cara de demonio que pocas veces se la he visto impregnada en su cara.
- ¿Y tú qué crees?
Pobre Roxana.
- Amiga... -la tomé de la cintura-, por favor sabes que cuentas conmigo para todo. -La abracé- Tú sabes...
Aquello me provocó mucha pena.
Le propiné un par de besos. Uno en la frente, otro en la mejilla. Y se le veía con tantas ganas de largarse, y de dejar todos sus problemas allí, sembrados en la tierra, tras una cancha de fútbol en un inhóspito lugar llamado Lima; me volví a apoyar en la pared, junto a ella, y seguí fumando.
- Lili, no sé qué hacer -susurró.- No tengo ideas...
- Así pasa, así pasa a veces... -Le aseguré.

2.
Luego vi todos esos caracoles aplastados mientras Miriam se acercaba. Su pelo estaba mojado, aún se sentían las gotas de agua resbalar, y habían todos estos asquerosos cadáveres esparcidos por la vereda. Roxana aún tenía aquel varulo sostenido entre sus dedos, y nos miraba mientras nosotros nos saludamos y nos dimos un par de besos en las mejillas.
- ¿Qué sucede?
- Nada... nada -le dije, aunque definitivamente pasaba algo- Roxana y yo anoche terminamos bebiendo... -y lo decía porque anoche habíamos estado reunidas, y habíamos estado bebiendo-. Creo que hay algo que no nos quiere contar... -agregué.
Luego de un suspiro, proseguí:
- En realidad no tengo ni idea de qué pasa... -Y es que estaba demasiado preocupada pensando en Miriam y en lo hermosa que era- Creo que eso es todo.
Pero era mentira, había algo más.
- Bueno... -intervino Miriam, que era de contextura delgada, y tal vez demasiado baja pero apetecible- ¿Qué hay, Roxi?...
Y Roxana la miró de reojo un segundo antes de darle una nueva calada a su canuto, luego botó una enorme bola de humo, y se ajustó el pantalón que llevaba puesto, en donde se reunían colores fosforescentes. Se le veía medio hippie. Cargaba consigo cosas. Roxana hacía malabares.
- Estoy embarazada -dijo.
Miriam llevaba un bolso de alguna marca de surf, y un polo delgado que hacían resaltar sus senos. Su pelo por lo general se veía claro, pero entonces se veía casi negro debido a que lo llevaba húmedo y amarrado en una media cola. En ese momento me acuerdo que ella me miró y yo deseé con todas mis fuerzas llevarla a una cama, sacarle de a pocos la ropa. Miriam me gustaba y a parte éramos como hermanas. Además, era verano, y yo me sentía tan fea.
- ¿Estás segura? -Preguntó Miriam- ¿Estás completamente segura de ello?
Las tres estábamos de pié, y mirábamos de reojo la cancha de fútbol. Por momentos los mirábamos fijamente, pensábamos y hacíamos cálculos completamente erróneos. De igual manera, ellos nos miraban y hacían cálculos completamente erróneos. Sujeté a Miriam por un segundo junto a mí y me apoyé en su hombro. Roxana reaccionó incómoda.
- ¡Maldita sea! -Gritó.
El edificio en el que nos apoyábamos era rojo como todos los demás, y encima nuestro cada ventana sucia tenía algo especial, un color diferente o una cortina distinta. Persianas, o lo que sea. En una ventana logré divisar alguna colección de muñecos de peluche, y logré ver un Garfield que no me interesó para nada.
Yo era joven aún, y me cuestioné por el destino de Roxana.
- Vamos por unas cervezas -dijo.
- ¿Tú crees?
- Vamos...
Miriam y yo la abrazamos.

martes, octubre 05, 2004

pronto las trompas encéfalo craneanas

5.
Careloco levantó su vaso de cerveza y lo agitó, hasta que la espuma se rebalsó y cayó al piso. Una mueca de desagrado. El Muerto prendió un canuto.
- ¿Qué te pasa imbésil? -preguntó alguien.
Era viernes. Todos los viernes pasaba lo mismo. Lo recuerdo, claro, entre cerveza, y a veces comprábamos maní salado cerca al Santa Isabel de la Encalada, o paseábamos de parque en parque tomando ron, hasta que toda esa zona se volvió Zona Roja, y empezaron a pasar camionetas de Serenazgo y Pathfinders de la policía (aunque eso, creo, fue más que nada el último año, en 5to de secundaria) y a veces, en momentos como aquel, el Muerto nos daba la espalda y prendía un varulo, sosegado. Algunos como yo, nos emocionábamos y fumábamos. Otros se retiraban horrorizados por el espectáculo.
- ¡Muerto!... -le grité-. Convídanos una pitada, vamos...
- Claro que sí -respondía él.
No recuerdo si era 1998 ó 1999, o si el mundo se iba a acabar, como decía Karen (una loca, quien no llegó a 4to y nos acompañaba algunas veces en situaciones como ésta) y paseamos por el parque frente a la exposición, con cielo azul, sol, y brillantes ojos dorados. El tipo del garaje de la exposición, barbudo y de pies descalzos, nos vendió lo que parecía ser una mezcla entre ron, vodka, con algo de gaseosa trasparente (al menos así sabía) y una vez hecho el trámite, Muriel (como nos dijo que lo llamáramos, de acento extranjero y pinta de gay) cerró con impaciencia su garaje amarillo. Algunos detalles sí puedo recordarlos muy bien. Karen bebió de la botella verde, el gordo Manuel lanzó una carcajada al viento indescriptible, y Yesenia, alcanzó nuestro ritmo mientras avanzábamos a la nada, o a otro parque donde nos sentiríamos como en nuestra casa. Llegamos a lo que era casi una zona olvidada (¿?) cerca a lo que me dijeron era el cerro Casuarinas, donde las casas residenciales eran de gente mucho más adinerada, y por ende, mucho más afortunada que nosotros. El parque era aislado y ya era prácticamente de noche cuando llegamos. Solo se escuchaba los murmullos de los grillos por la noche y la emoción del comienzo de otra saga de horas muertas.
Fumamos codo a codo con el Muerto. Expulsé de mis pulmones una bola de humo. Luego volví a coger el canuto y otra pitada más, y otro sorbo de aquella botella transparente de cinco soles por un litro de basura, y un poco de vino barato, malísimo, y oporto (aunque pudo muy bien haber sido sangre). Y yo que había soñado con un niño americano atrapado en un hueco angosto, cuya cara estaba púrpura y segundos antes de salir su cabeza se ponía blanca y arrugada antes de explotar, mientras los bomberos y paramédicos contemplaban la escena anonadados. Ese tipo de cosas suelen suceder en Estados Unidos, como esos dos niños que asesinaron a varios compañeros suyos del colegio, entraron con armas a clase y mataron a todos.
- Como el asesinato de los Clutter... -indicó alguien.
- Vamos, ¿de qué carajo estás hablando? -le reproché, después de unos segundos.
Yesenia y otra chica (que ahora no recuerdo cómo se llamaba) se colgaron del cuello del gordo Manuel. Serían ya cerca de las siete de las noche, y sería invierno, porque recuerdo que había anochecido hacía rato. Y otra vez el grillo murmuraba (triki, triki, triki) y yo bañado en sudor, alcé la mano y repliqué:
- No nos vamos a separar nunca. -Y antes de haberlo dicho, tuve que darme cuenta que ya casi no había nadie, y de que mi prima Yesenia (sí, era mi prima) trataba de hacer algo un poco más interesante, es decir, intentaba ligar con el gordo Manuel, que era uno de esos personajes caracterizados de la promoción.
Careloco intervino, y me dijo:
- ¡Ja, ja, ja, ja, ja! -Antes de decir- ¡Ese concha, Caneto! -Dándome un fuerte empujón en la espalda, sin ningún motivo aparente.
El Muerto continuaba aletargado, mirando la pista por la que no pasaba ningún auto, diciendo:
- Tengo miedo.
- ¿Miedo de qué?
- De lo que podría pasar.
- ¿Cuando?
El Muerto continuó mudo. Yesenia y el gordo se besaron. Careloco y yo criticamos a los demás que ya no estaban, calificándonos de ‘sucios maricas’. Y eran bastantes contándolos uno a uno. Y yo recordaba, ya no a Margarita, que en ese momento ya no estaba en el colegio, ni recordaba nada que tuviera que ver con ella, porque eso había sido ‘hace ya mucho tiempo’, y yo no estaba para ‘tontos jueguitos de niña engreída’, y me tranquilicé, y por momentos recordaba esa escena en la que Melisa y yo caminábamos riéndonos por la pista camino al británico de la avenida primavera, durante el invierno.
- Es un chiste algo idiota.
- Vamos dime...
- ¿Estás seguro?
- Completamente.
- ¿Prometes que te vas a reír?
- Ja, ja. Mira. Ya me estoy riendo.
Melisa era linda, tenía unos enormes ojos marrones.
- Bueno, caminaba una tortuguita así de chiquita -hizo un tamaño promedio con las manos-, cuando se le apareció una lagartija así de chiquita -hizo una seña con los dedos-. Y bueno, pues, esta lagartijita le dijo a la tortuguita: “Eh, amiga mía, ¿dónde vas?” Y la tortuga le dijo: “Voy al pueblo, lagartijita”, y entonces ella dijo: “Yeeei, ¿puedes llevarme en tu caparazón, tortuguita?” Y la tortuguita dijo: “Sí. Bueno, suba”.
Melisa volteó y me miró nuevamente a los ojos. Se rió, me tomaba el pelo.
- Sabes que las lagartijas no se sienten, ¿no?, se te sube una y ni cuenta de das...
- Sí, sí. Yo sé.
- Bueno -Melisa prosiguió-, caminaron un par de kilómetros, y un sapo que pasaba por ahí, dijo: “Hola tortuguita, ¿dónde vas?” Y la tortuga, medio cansada del todo, le dijo: “Voy al pueblo, señor sapo”, y el sapo que no era muy querido por nadie entonces, le preguntó a la lagartija: “¿Y tú lagartijita, dónde es que vas?” A lo que la lagartija le respondió: “Aquí nomás, pues ¡sapo conchetumadre!”
Ambos nos reímos.
- Ai, ai, ai... mejor lo contaba mi primo Carlos...
Yo no podría creer que el chiste no tuviera nada que ver con sexo. Llegamos. El Británico de Monterrico no tenía nada especial, era un edifico fofo y yo siempre le decía que era una total pérdida de tiempo y de dinero.
- Nos vemos, Caneto. Chau.
Besos en las mejillas.
- Chau, ¡chau! Melisa.
Luego me regresé caminando, a encontrarme con mis amigos viernes por la tarde, había que tomar y fumar, había que beber (mucho) y una vez en casa, había que comer, ver tele y dormir.